jueves, 21 de junio de 2012

Tener un hijo, plantar un árbol, escribir un libro, solo es el principio

Plantar un hijo, tener un libro, escribir un árbol... ¿No era exactamente así, verdad?

He ayudado a plantar unos cuantos árboles cuando era niña, en Asturias. Un nogal, varios manzanos, un par de avellanos y un albaricoquero en la finca de mis abuelos, la foto que veis la tomé yo a los 14 años en uno de los caminos que la bordeaban. Cuando el nogal era un hermoso árbol joven que ya daba nueces nos expropiaron la finca para convertirla en un tramo de la autovía del Cantábrico. Todos esos árboles, que pudieron haberme sobrevivido, murieron. Porque esa es la idea, ¿no? Dejar en el mundo algo que perdure cuando tú faltes, dejar en él tu huella. Dado que arrancaron de raíz todos mis árboles, me temo que tendré que volver a plantar unos cuantos para poder verlos crecer, fortalecerse, dar frutos. No puedes plantar un árbol para luego olvidarlo.

Después fui madre, primero de Jaime y luego de Julia. El sol y la luz de mi vida. Mis pequeños grandes amores. Lo más valioso que tengo. Cualquier sombra que pueda haber en mi corazón desaparece con sus sonrisas. Pero no basta con traerlos al mundo, eso solo es el comienzo. Día a día son el centro de mi mundo y lo serán hasta que abandone este mundo. No es algo que hagas una vez y ya hayas cumplido.

Ahora acabo de terminar mi primera novela. 270 páginas escritas por las noches, a ratitos robados al sueño, mientras un niño dormía a mi lado en su camita o jugaba cerca interrumpiéndome cada poco tiempo. Ya está escrita.  Ya saqué al exterior la historia que quería contar. Pero ahora tengo que revisarla con cuidado de principio a fin. Y haber logrado escribir mi primera novela, cuando la considere pulida y terminada del todo, me hará desear contar otra historia. Lo sé.

Tener un hijo, plantar un árbol, escribir un libro. No son objetivos cumplidos, son solo comienzos...